Raquel Aguasca Oliveras, Profesora de Literatura y madre
-No, yo no leo. No pienso leer.
Escucho sus palabras cuando le tiendo la fotocopia. Se trata
de un texto de Chejov, un relato de misterio. Deposito la hoja
sobre su mesa, pero él procura evitar que sus ojos tropiecen
con ella. Me sostiene la mirada. Probablemente desea que en
este mismo instante yo caiga fulminada o desaparezca,
juntamente con su instituto, desde luego, víctima de algún
extraño conjuro contra los profesores de Literatura.
-No voy a leer. No pienso hacerlo. No lo he hecho hasta
ahora y me va bien. ¿No creerás que voy a cambiar?
Tiene 14 años y es uno de los numerosos “alérgicos” a la
lectura con quienes topamos cada día algunos idealistas,
empeñados en creer y enseñar que la lectura es importante, o
más bien imprescindible.
Decir que en este país (o en la mayoría de ellos) no se lee
empieza a resultar ya un tópico. Los medios de comunicación
nos abruman día a día con cifras desoladoras. Un informe
elaborado por la Organización para la Cooperación y
Desarrollo Económico, difundido recientemente, revela que entre los adultos españoles el 46 por ciento
lee menos de un libro por trimestre. Y, todavía más preocupante, un 16 por ciento de los alumnos llega
a los quince años con dificultad para leer correctamente.
No es nuestra intención agotar en unas líneas las múltiples facetas de un problema que aqueja a la
sociedad occidental. Nos proponemos, simplemente, un acercamiento, una reflexión en voz alta, que no
será única, global ni definitiva, con el fin de tomar conciencia de la importancia que tiene la lectura en la
educación de nuestros hijos. Y no es posible abordar este tema sin hacerse la primera pregunta: ¿por
qué no se lee? o, por lo menos, ¿por qué no se lee tanto como en el pasado?
La respuesta, si es que hay una y única, la hemos oído con frecuencia: la cultura de la imagen ha
sustituido a la cultura del texto. Eduardo Alonso, profesor de Literatura y editor de textos para lectores
jóvenes, lo explica así: “Sucede que en el mundo ya no se conoce a través de los libros, como en otros
tiempos, sino de la televisión, el cine, internet, o los documentales de National Geographic. Sucede que
los adolescentes tienen a mano otras formas de entretenimiento y que el libro les parece un objeto
anticuado, porque no tiene pilas ni cable, ni funciona con un mando a distancia”.
Además de esbozar una sonrisa, ¿hemos de resignarnos ante la presión de esta.
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