Pedro La Seur miraba fijamente el cartel que había en la pared del aula de clases. Allí se
anunciaba u certamen de una categoría completamente nueva para la región agrícola de
Québec, Canadá. Se ofrecían premios a los tres muchachos que presentasen las mejores
“muestras originales y prácticas de trabajos manuales.” Los premios consistían en cursos
de los años en la escuela nueva de artes y oficios. Esto representaba la oportunidad que
más quería Pedro en este mundo. Pero ¿ cómo podría él hacer algo original sin
preparación especial?. Después de las clases, los muchachos hablaron del certamen. -
Debieras probar, Pedro – dijo Juan.- Yo tengo una idea Pedro asintió con la cabeza y dijo: -
Me alegro mucho. Significaría una gran oportunidad para cualquiera de nosotros ganar
uno de estos premios. No tengo medios para ir a la escuela a menos que reciba ayuda, y al
terminar las clases tendré sin duda que dedicarme a cuidar ovejas. No será un trabajo tan
difícil, puesto que ya tengo mi propio perro. - Debes hacer una prueba para participar –
insistió Juan. – Eres más capaz que cualquiera de nosotros. - No sé que podría presentar. -
Caminemos por el pueblo – sugirió Juan. – Tal vez se nos ocurran algunas ideas al mirar los
escaparates. Los muchachos estuvieron examinando los trabajos manuales que se veían en
los negocios, pero después de un rato dijo Pedro desalentado: - No se me ocurre nada,
pero a lo mejor podría hacer zapatitos para chicos en forma de conejos, ardillas o zorrinos,
y luego darles el color de los animales representados. - Oh, yo sabía que se te iba a ocurrir
algo – dijo Juan. - ¡Buena suerte! – dijo Pedro al separarse frente a la casa de campo de
Juan. Luego fue caminando lentamente por la carretera como cinco kilómetros, pensando
en que, habiendo terminado las clases, tendría que conformarse con ser pastor de ovejas,
o trabajar en el aserradero como su padre. Cuando hubo trepado la última colina, pudo
ver la casa de campo, cuadrada, en forma de cajón, y la huerta de verduras que su madre
había plantado. Dejó oír un silbido y su perro vino saltando a su encuentro, meneando su
larga y gruesa cola. - ¡Lindo Rey! – dijo Pedro y empezó a jugar con el perro. Este animal
era muy lindo, de apariencia y genio que cuadraban bien con su nombre. Durante la
primera semana de vacaciones, Pedro estuvo pensando en el certamen mientras que él y
Rey cuidaban las ovejas. Por la noche, después de ordeñar la vaca, cortaba los modelos de
zapatitos a los que pudiese dar apariencia de animales, y durante el día, mientras pastaban
las ovejas, cosía el cuero blando con una aguja gruesa e hilo encerado. Pedro estaba
contento de que le tocase hacer ese trabajo de cuidar las ovejas durante el verano con
Rey, porque el perro era tan vigilante que gracias a su ayuda el muchacho disponía de
mucho más tiempo para sus trabajos. Pero pronto llegó el momento en que había que
cosechar los productos de la huerta de su madre. Cuando regresó su padre del aserradero
un día, notó las hileras de maíz, zanahorias, guisantes y papas y dijo:
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Ministerio Infanti/Historia infantil
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